Lady Justice - Elsma |
Lady Justice - Elsma |
El asiento de la ventana - Wiliam Orpen |
Cabeza y mano en azul - Oswaldo Guayasamin |
Melancolía y misterio de una calle - Giorgio de Chirico |
Cuando ya quede poco de mí, ¿quién será capaz de abrigar mi nada, mi reliquia? ¿Quién descifrará mis labios cerrados? ¿Quién verá despeñarse las lágrimas de mi corazón?
Cuando esta verbena ralentice el giro y las músicas desfallezcan, cuando la voluntad se pierda en los engranajes y el cuerpo no me obedezca; y me tiemblen las manos y la voz se quiebre en los aguaceros; cuando mi nombre se vacíe en la memoria profunda... ¿Quién nadará conmigo bajo la corriente?
¿Quién me llenará las manos con algo de lo que he sido?
Cuando ya quede poco de mí, quizá será mejor no saberlo. Quizá tuvieran razón los que instaban a vivir deprisa para morirse completo.
Cuando deje de ser quien fui, y ni mi sombra en el suelo me reconozca, ¿quién me devolverá el recuerdo de mi olvidada verdad?
Solo si no pierdo la paz me salvaré del abismo, solo si existe un infinito amor, aquello por lo que viví resistirá al naufragio.
Mariaje López.
Pintura: Melancolía y misterio de una calle - Giorgio de Chirico
Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.
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Le Jour de la visite à l'hôpital — Jean Geoffroy |
Le ha traído a su hijo una naranja, pero el pequeño Bernard no ha podido terminársela. Ni fuerzas para eso le quedan. Es un cabo de cera blanda que se consume bajo una débil llama, tan pálido… y tan próximo a expirar. Con ruegos, en mil idas y venidas, el padre ha conseguido que ingresen al niño allí. Las visitas solo se permiten dos veces por semana, salvo que el estado del enfermo sea tan grave que se prevea el inminente final. Por más que se lo explican, no lo entiende, per ha de resignarse: no hay dinero para las medicinas y aquí se las administran gratis.
Si al menos consiguiera un empleo estable. Los cuadros que pinta no se venden, o casi tiene que regalarlos. Con la enfermedad del hijo ha dejado de pintar —los pigmentos son caros—, y se ofrece en la calle para acometer chapuzas domésticas. Los encargos escasean. Pasa hambre. Al menos a Bernard ya no le atormenta ese suplicio. Ya no aprieta los brazos contra el estómago para acallar su grito. Alguna vez ha robado algunas piezas en los puestos de fruta para dárselas. Como esa naranja que está en la mesita y que aún no ha logrado terminarse.
Mientras sigo preparando la documentación de la novela que he empezado a escribir, y que tal vez derive en una segunda parte de Por Caridad; revisiono este magnífico documento.
Recibo el siguiente aviso en mi página de Blogger:
"Hace poco, el equipo de Feedburner anunció que el servicio de suscripción de correo electrónico se retiraría el julio de 2021 a través de una actualización del sistema.
A partir de julio de 2021, tu feed seguirá funcionando, pero el servicio de envío de correos electrónicos automatizados a tus suscriptores, no".
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La desintegración de La persistencia de la memoria - Salvador Dalí |
Hoy me has dicho: «Qué poco queda ya de quien fui». Y esa frase, lo sé muy bien, es todo un mundo.
Un mundo desolado y sin futuro. Un mundo por el que deambulan los fantasmas del ayer. Sombras que se arrastran confusas en un paisaje quemado. Un erial del que ha huido toda esperanza. ¿Qué te hicimos? ¿Qué te hiciste tú? Pecaste quizá de amarnos demasiado. De amarte a ti demasiado poco.
Descubrir que te amaba, como un fogonazo en pleno rostro.
No contemplé otra luz en muchos días mas que aquel resplandor preclaro ante mis ojos.
Llené mi copa de ternura y ansias de que tú la apurases hasta el fondo.
Buscaba la soledad, y hallé tus labios... Y volqué los míos en tus manos.
Mariaje López
Tu escritora personal por Mariaje López se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial.
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Sauce llorón, de Claude Monet |
Un hada.
Sé que era un hada.
Me la encontré ayer debajo de un sauce. Apoyada en un sauce. Dentro de un sauce. Hay dos al final del sendero que bordea el curso sediento de un arroyuelo, uno a cada lado. Las ramas que hasta hace poco colgaban desnudas, se mecían suavemente cuajadas de pequeñas hojas, como guirnaldas de lágrimas en la brisa.
Yo nunca había estado debajo de un sauce. Siempre los he mirado desde fuera con deleite. Pero ayer sentí el impulso de meterme dentro, y atravesé la cortina de ramas y hojas. Entonces la vi.
The Iris bed, de Charles Courtney Curran |
Recuerdos hoy venerados que cuando sucedieron pasaban desapercibidos. La vida gastándose sin darse importancia, sin voces, sin excesivas llamadas de atención.
Y tú en la nada, y yo sin ti.
Esa locura de ver pasar las horas, indiferentes, de soñar heridas constantes hundidas en minutos ciegos. Esa locura.
Abrázame y déjate abrazar antes de regresar al vacío. Déjame salvar el calor. El aroma. El temblor reverdecido de una esperanza. Déjame salvar las risas.
Déjame salvarnos. Déjame salvar el amor.
Los enamorados, de Richard Macneil |
A veces la felicidad tiene forma de paseo al sol, y va cogida del brazo de ese hombre al que amas. A veces la felicidad te roza la nuca como la caricia tierna de una madre asustada. A veces la felicidad es una vereda despoblada, bendecida por insectos y pájaros que aguardan la primavera.
A veces la felicidad te refresca la cara como una brisa antigua, o se extiende como un espejo a tus pies; delicada, sin límites ni preguntas. A veces, la felicidad es un fractal anclado en en las orillas del tiempo.
A veces la felicidad es un balcón con una mesa y dos sillas, y tres macetas en flor. A veces, casi siempre, la felicidad es un ruiseñor que te canta cada día, pero al que casi nunca escuchas. A veces la felicidad sois él y tú, en una tarde de sol, en cualquier camino.
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Foto: Mariaje López |
Fortunata y Jacinto; así bauticé a la pareja de tórtolas turcas que desde hace año y medio decidieron quedarse a vivir y anidar en época de cría en nuestro jardín. Por supuesto, no distingo a Fortunata de Jacinto.
Todas las mañanas repongo los dos comederos de aves ante la impaciente mirada de una decena de estas palomas que aguardan sobre el cable del tendido eléctrico, y la de no menos de treinta gorriones, que apostados entre las ramas bajas del gran cedro esperan obtener su ración. Luego las demás tórtolas se marchan, a excepción de Fortunata y Jacinto, que como he dicho, viven aquí.
Lissette en la mesa de maquillaje - de Leo Gestel |
Parte I
El traje de bodas, de Fred Elwell |