Foto: MiPaco |
"Al menos no tendría que vagar por calles solitarias ni esperar el autobús en el intercambiador durante horas de roerse el coco. Todo Alcalá parecía estar fuera de sus casas, y muchos locales de ocio no bajarían el cierre hasta la mañana, si lo hacían. Los ojos amarillentos de las farolas alumbraban la ciudad vieja, el antiguo barrio comercial judío ―con sus vetustas columnas desgastadas― y el pavimento romano vuelto a extender sobre el cemento que ya antes cubría el original. Allí se rompían tacones y la lluvia encontraba espacios para encharcarse. Dolía el adiós a las calles de su infancia, a las nubes rosas del atardecer que besaban los tejados, a la carraca de las cigüeñas en los campanarios, a los soleados paseos junto al río, a tantos momentos que no se repetirían en mucho tiempo. Quemaba, más que dolía, interrumpir su historia en aquel lugar del mundo que tanto la había enseñado a amar. No podía pensar en la ciudad sin recordar a su padre, como tampoco podía representarse a su padre sin evocar Alcalá.
Sin haberlo decidido, acabó en la plaza del Palacio, donde tenía lugar una exhibición de artes marciales. Reparó en un cartel que enumeraba todas las actuaciones previstas: en La Galera se representaba una obra interpretada por un grupo local; la función empezaba a las 23:00. Bajó la calle Santiago para salir a Libreros.
En la confluencia con la plaza Mayor, un hombre de unos 40 años tocaba el violín. Liena se paraba a escucharlo muchas veces, preguntándose cómo era posible que un artista así tocara en una esquina por un poco de calderilla. Algunas cicatrices en su rostro sugerían una vida tormentosa. Los ojos grandes, semicerrados, abrían al final de cada pieza su mirada opaca, sin esperanza, una mirada acostumbrada al vértigo permanente. En sus facciones convivían la bondad y el cansancio. La extrañó verlo allí, no solía tocar por las noches, para protegerse él mismo y a su violín remendado, la más preciada de sus escasas posesiones. La música se mezclaba entre los viandantes, luchaba con el griterío, se encaramaba a los balcones y se perdía en las veletas. Allí arriba con los ojos cerrados el violinista dominaba el mundo. Eran pocos los que sabían distinguir el talento. Ella le dejaba cinco euros en el estuche del instrumento y él sonreía dando las gracias e inclinando la cabeza. Liena deseaba que existiera un reino de ángeles, donde por fin encontraran la felicidad los que nunca se habían tropezado con ella.".
Beatricia (Mariaje López) M.A.R. Editor
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