Foto: MiPaco |
"A veces Liena rozaba con los dedos las columnas más antiguas, y sentía como si le susurrasen historias al oído. Le encantaba salir a pasear los domingos por la mañana, porque nunca sabía lo que iba a encontrarse. Un día podían estar los soportales inundados de caballetes; otro, tomados por estatuas vivientes; otro, por artesanos. Era frecuente ver algún grupo de cómicos vestidos de época ilustrando las rutas teatralizadas. Por San Antón llenaba la calle una fila de mascotas con sus amos, desde la Casa Tapón hasta el Hospitalillo, templo donde recibían los animales la bendición del santo. Caballos, mulas, borricos, algún gato serenísimo provisto de arnés y otros menos pacientes en su trasportín, canes de toda raza y sin ella, periquitos, loros, cotorras, tortugas, alguna que otra iguana, peces en sus peceras, hámsteres en sus jaulas y conejos variados con susto en el cuerpo.
Tampoco se libraba el santo de algún ofidio, ni el cura, que daba la bendición con más cautela que ganas. Los costaleros ensayaban las vísperas de procesión con los pasos desnudos, y los cargaban de sacos para emular el peso de las imágenes. Y cuando no se terciaban estas cosas, era teatro de calle, música en las plazas, mercado barroco, títeres, rally de coches antiguos, juerga rociera o manifestaciones a favor de las cigüeñas y en contra del obispo. Todo ello servido de tenderetes, puestos de libros, de sellos, de monedas, terrazas de bar y pedigüeños.
Tampoco se libraba el santo de algún ofidio, ni el cura, que daba la bendición con más cautela que ganas. Los costaleros ensayaban las vísperas de procesión con los pasos desnudos, y los cargaban de sacos para emular el peso de las imágenes. Y cuando no se terciaban estas cosas, era teatro de calle, música en las plazas, mercado barroco, títeres, rally de coches antiguos, juerga rociera o manifestaciones a favor de las cigüeñas y en contra del obispo. Todo ello servido de tenderetes, puestos de libros, de sellos, de monedas, terrazas de bar y pedigüeños.
Añádase la debida proporción de maniáticos que toda ilustre ciudad alberga: el Iluminado, que se tiró un día por el balcón al creerse ingrávido; el Jesucristo, que se lanzaba a los viandantes con su mirada azul intimidatoria y les disparaba con voz de cañón: “¡Me das una moneda!”; el Incógnito, siempre escondido tras el filo de algún periódico, para de esta guisa recorrer las calles y las iglesias vigilando a hurtadillas lo que se terciase. Estaba también la Yonqui, que desde el alba al anochecer recorría los bares mendigando un trago, y se encaraba con el indiscreto que osase mirarla dos veces, aunque tenía buen corazón; y la Profetisa, que insultaba a los curas en las procesiones; sin olvidar al Santoni, que se tapaba el cráneo con un zorongo pirata y andaba como Frankenstein. O al Mátrix, vestido siempre de Neo, ya hiciera frío o calor. Y el sin par Platanito, toreador de coches y feo como él solo. A ese, como no podía ser menos, se lo llevó por delante un Volkswagen Passat de segunda mano.".
Beatricia (Mariaje López) M.A.R. Editor
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