Foto: MiPaco |
"No había nadie en la sala del comedor. La cruzaron dejando atrás la cocina y se unieron al grupo de turistas en la botica, donde Rodrigo de Cervantes, cirujano sin título, bien pudo haber atendido a sus pacientes. Como en el resto de las habitaciones, se exponían allí muebles de los siglos xvi y xvii: una mesa de curas, un sillón de madera provisto de una extensión articulada, una alacena llena de tarros, utillaje de cirugía y sangraderas.
Cuando los turistas subieron a la primera planta, ellos se quedaron rezagados en el estrado de damas, dependencia exclusiva para mujeres habitual en la época. En ella, sobre una tarima forrada de cojines y alfombras, se rezaba, cantaba y cosía. Había libros y escritorio, e instrumentos musicales. Además la sala estaba cerca de la puerta de salida, por lo que desde allí, cruzando la esquina del patio, estarían en la calle antes de dar tiempo a nadie para reaccionar.
―La ocasión la pintan calva ―aseveró Dani.
Una vez salvado el patio, el vestíbulo y el pequeño jardín anterior, respiraron hondo. La calle Mayor lidiaba con su normal trasiego matutino, y Don Quijote con su fiel Sancho escoltaban la puerta de la casa sentados en el banco de piedra; en su eterna arenga, el hidalgo; y el escudero, en su hambre eterna.".
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