Foto: MiPaco |
"Anduvieron unos metros junto al Hospitalillo, hasta pasada la puerta de la iglesia.
―¿De verdad no quieres que te acompañe? ―insistió Dani―. Si tu madre es como dices, y no dudo de tu palabra, se cortará un poco si hay un extraño.
―Eso crees, pero es porque no la conoces. Y entre capear el temporal yo sola o morirme de vergüenza, opto por lo primero.
―Más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena.
Llámame si lo necesitas.
―No te preocupes. Si de verdad lo necesito, lo haré.
Ella fue la primera en arrancar el paso hacia la calle Libreros. Él se quedó mirándola unos instantes, y enseguida cambió de acera para meterse por el Corral de la Sinagoga. Tenía la sensación de haber faltado de la ciudad muchísimo tiempo.
Algo similar le ocurría a Liena. Desde la calle Bedel escuchó el violín, y reconoció la pieza enseguida: era un tango de Carlos Gardel. El músico estaba en la plaza de San Diego, de cara a la fachada de la universidad, una de las estampas más bellas de la ciudad. Para ella contemplar ese monumento, su preferido, era la confirmación oficial de que estaba otra vez en casa. Una mujer de pelo gris se paró delante del violinista, y con una voz ronca de acento argentino empezó a cantar:
Vivir...
con el alma aferrada
a un dulce recuerdo
que lloro otra vez.
Tengo miedo del encuentro
con el pasado que vuelve
a enfrentarse con mi vida.
Tengo miedo de las noches
que pobladas de recuerdos
encadenen mi soñar.
Pero el viajero que huye
tarde o temprano
detiene su andar...
No podía ser una casualidad, y si lo era… no podía retratar mejor el momento. En los ojos del violinista percibió un brillo que no vio otras veces. ¿Qué le habría pasado? Aquella pequeña anécdota le infundió ánimos; tal vez hallaría también en casa algo distinto. Le dejó diez euros en la funda del instrumento y él le ofreció una sonrisa impregnada de nicotina.".
Beatricia
(Mariaje López) M.A.R. Editor
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